No podemos olvidar el último año de nuestras existencias, el encierro, las .limitaciones de movilidad, la ruina de muchos amigos, las colas del Banco de Alimentos, el enfado de los autónomos y los trabajadores, los contagios, los 100.000 muertos, las mentiras y los retrasos de la cogobernanza (para no molestar a Cataluña, País Vasco, Navarra). Aquellos aplausos a los sanitarios, esos olvidados y mal pagados que han dado la cara sin miedo a rompérsela. La tristeza que generó encerrar en sus habitaciones durante muchos meses a nuestros mayores (no son viejos).

En el último mes he escuchado todas las canciones y poemas de la pandemia, las más conocidas, novelas. Que capacidad creativa tiene mi país, que grande es este pueblo de norte a sur de oeste a este. Llegó el fin del mundo como lo conocíamos hasta entonces y seguimos luchando 365 días después contra una adversidad que huele a lejanía, ausencias, soledad. Lo sorprendente es que nadie pide responsabilidades a los mandatarios Chinos, esos que con oscuridad completa están ocultando los datos esenciales de lo sucedido. Todos estamos arruinados y con miedo, y ellos a facturar como nunca. Son de lejos la primera potencia mundial.

El 31 de diciembre de 2019, las autoridades sanitarias de la ciudad china de Wuhan habían informado a la comunidad internacional que había 27 personas en esa urbe que estaban padeciendo desde hacía tres semanas una neumonía de origen desconocido hasta entonces. El virus causante de todos esos casos iniciales sería bautizado unos pocos días después con el nombre de SARS-CoV-2. En aquel momento, la mayoría de europeos creíamos que ese virus no llegaría nunca a nuestro continente. Varios estados se empezaron a movilizar.

En España, el Ministerio de Sanidad presentó el 23 de enero de 2020 un protocolo de actuación frente a posibles casos del nuevo coronavirus, destinado esencialmente al personal sanitario. En ese protocolo se avanzaba que el SARS-CoV-2 (hoy denominado COVID-19) se transmitía por el aire y por contacto directo. Asimismo, se explicaba que los pacientes con ese virus deberían ser aislados y hacer un seguimiento de todos los contactos estrechos. Luego llegó lo de Gomera, Igualada y el 14 de marzo de 2020 donde se decretó de sopetón el Estado de Alarma y todos conocimos durante tres meses el mayor encierro general conocido de nuestras historias humanas.

Ahora con la lejanía se hacen documentales. Todos hemos sido protagonistas directos de esta película. Dicen que terminará a finales de año en España. Terminó hace tiempo en Australia y cuando hay un caso toman medidas drásticas, tolerancia cero para el bicho maldito. Tampoco hay rastro en China, ni en otros países que ya han puesto la bandera blanca en sus balcones. De esta se sale, está muy claro. Por eso es preceptivo no saltarse a la torera los protocolos en las últimas semanas hay escándalos sonados.

Alguien me mando un vídeo en una discoteca donde 150 personas bailaban tan tranquilas y sin mascarillas. Eso no se hace al interés general. No ha habido controles para los desalmados, muy pocos. Ojalá pronto podamos levantar el telón de otra función diferente en nuestras vidas, nunca volverá a ser como antes.